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Thursday, December 21, 2006

El vuelo del dragón

El aire ha estado muy frío, y aunque pueda parecer que mi fuego se ha apagado, puedo garantizar que el ardor de mis entrañas es tan intenso como de costumbre, solo que he preferido no abrir la boca para sentir las frías agujas invernales en mis encías...o al menos eso me dije a mí mismo.

He pasado metido en esta cueva, recordando tiempos en los cuales cazaba en las alturas, gozando con la ilusión de mis presas, con la certeza de la inutilidad de su optimismo, y no he vuelto a salir desde el día en que caí, dia del cual, curiosamente no recuerdo prácticamente nada.

Y aunque en esta oscuridad he evolucionado, y he crecido mis alas y mis escamas a una belleza nunca antes vista, he puesto mil pretextos para no salir, para no aterrorizar de nuevo las colinas con el fuego espléndido, la imagen perfecta y la efímera sombra de la muerte certera. Antes yo rompía la cotidianidad con la esencia misma del evento: la sorpresa. Ahora la cotidianidad me ha encerrado con su cansina secuencia de eventos repetitivos, con la tragedia de lo suavemente normal.

Incluso llegué a cautivar a mi siguiente ejecutora, a la que por designio debería ser la que le de el siguiente golpe a mi corazón, tal vez incluso el golpe de gracia, en lugar de eso aprendimos a volar en vientos de tragedia y ahora vivimos ahí en la cueva, juntos como si siempre hubiera sido así. La que debió haber traído la oscuridad final a mi vida es ahora, paradójicamente, la única luz sincera al final del tunel oscuro en el que yo mismo me permití encarcelarme.

Y pensar que había concluido que las presas habían cambiado, que los animales salvajes se habían hecho más rápidos y los campesinos desvalidos, ahora ciudadanos progresistas, se habían hecho invulnerables en sus prisiones de concreto.

Llegué a pensar que un dragón viejo tiene el valor de tantas otras cosas viejas, recuerdo, melancolía y pasado.

Es posible incluso que algunas de estas cosas sean ciertas, pero la esencia no se ha perdido.

La presa sigue siendo presa, y por muy rápido que corra no compite contra el vuelo del dragón.

El campesino ahora se ha vuelto arrogante, y sus estructuras sólidas son apenas cáscaras de huevo para mis arcanas uñas.

Y por sobre todas las cosas, no hay dragón más majestuoso que el dragon maduro, sabio, experto, que ya no se impacienta por llegar a ser.

Simplemente, porque ya es.

Ahora vuelvo a extender mis alas.

Vuelvo a remontarme a las alturas.

Vuelve la mirada amplia, penetrante y precisa.

Vuelve la confianza de saberme lo que soy, de saberme dragón.

El dragón ha vuelto.